Bueno, los colombianos somos conocidos en muchos países por nuestra contagiosa alegría, por nuestro café y por el mejor clorhidrato de cocaína, lastimosamente; sin embargo somos mucho más que eso.
El jueves pasado tenía que salir temprano en la mañana y tomé el Transmilenio, pues no tenía otra opción por cuestiones de tiempo, y sinceramente estoy a punto de creer que allí las reglas de la física no existen, pues en un mismo espacio sí pueden estar dos o más cuerpos, en fin. Siguiendo con la idea, el ingreso fue algo tortuoso, ya que la gente se agolpa en las entradas de los buses así no vayan a tomar el que está en el paradero, evitando que los que sí quieren ingresar deban empujar y abrirse paso a través de estas personas, algo que tuve que hacer.
Una vez adentro y luego de que el bus cerró sus puertas, me llamó la atención como la gente con humor hablaba de la multitud, del confinamiento y de las maromas hechas para poder ingresar al bus, y es que sin duda le vemos como colombianos el lado bueno a muchas cosas, –¿pero hasta que punto nuestra esencia es nuestra condena?-.